Dueño de mi propia firma y al frente de mi propio negocio, he experimentado la doble función del creador y el gerente. El que debe mantener la relación con el cliente resolviéndole problemas mediante ideas y conceptos al tiempo que administro mis recursos, delego funciones, estudio y me organizo. Es por eso que aquí traigo a colación términos que parecieran tan disímiles como cliente y creación, que a fin de cuentas es la misma ambivalencia entre artista y negocio. Aunque parezcan opuestos guardan mucha relación.

Y es que es a partir de mi propia decisión de trabajar de manera independiente y sostener mi propia empresa, que me he puesto en contacto con la necesidad de desarrollar habilidades de gerente para lograr otra cosa que no sea solamente sentirme satisfecho ganando dinero y ser reconocido por lo que hago. Esa «libertad» entre comillas o mejor dicho esa búsqueda de libertad —siendo un profesional del diseño, preparado para experimentar, jugar, cambiar y alterar las formas, pero al mismo tiempo moviéndonos dentro de una convención como prestar un servicio a otros y lograr su satisfacción—, es lo que quiero compartir.

Que no les parezca raro entonces, que les traiga este ejercicio de integración entre lo que podríamos llamar «técnico y artístico» como el acto de diseñar y lo estratégico como lo es la capacidad de organizarse y prestar un servicio diferenciador.




El diseño pertenece al campo del lenguaje visual. Hay numerosas formas de interpretarlo, a diferencia del lenguaje escrito y el oral, que son obvios y se explican por sí mismos.

Establecer un método que fundamente el trabajo del diseñador, un sistema que soporte las ideas, el concepto, la creación, que se exprese de manera objetiva y deje lo mínimo a la ambigüedad, es la manera de garantizarse un porcentaje de éxito. Esto es simplemente organizarse, organizarse para trabajar mejor. Esto marca la diferencia, esto nos hace distintos y permite que nos escojan para trabajar con nosotros.

La gestión del diseño como oficio es la de posibilitar la socialización y culturización de una idea hecha producto e instalarlo en la sociedad. Es una responsabilidad que nos convierte en facilitadores entre el cliente y la sociedad, por eso pienso en el diseñador como un articulador, porque el diseñador traduce, transforma una necesidad o un problema en una idea procesada que se entiende, que puede ser útil, si hablamos de diseño funcional, y que al mismo tiempo es hermosa.

Determinar un modo de trabajo, con detalles mínimos que signifiquen disciplina y rigor, le proporciona tranquilidad al cliente. Responder no sólo rápido sino bien, se logra cuando se construye una plataforma ordenada que al final se refleja en el trabajo.




El diseñador no es sólo el que esta ideando un imagen para expresar un concepto, no sólo es un artista. Además de cultivar una visión particular y peculiar de su entorno, el diseñador gráfico debe formarse como gerente, tener claridad acerca del sistema que delimita las fronteras del diseño, estar informado, ser una mujer o un hombre de mundo, y de su época. Debe desarrollar un sentido profesional con la gente y su entorno. Saber manejar el tiempo para dar respuesta rápida, saber trabajar en equipo, delegar o solicitar el trabajo a otros profesionales que integran el oficio del diseño, como fotógrafos e ilustradores. Considerar las variables que puedan afectar decisiones en términos de materiales, como por ejemplo, el presupuesto del que se dispone para el proyecto. Este apoyo lo agradece el cliente porque el acude al diseñador para que le solucione un problema.

Así, cuando surge la necesidad de desarrollar un proyecto, se debe emprender una estrategia que se puede resumir en tres acciones:


Por ello es recomendable que el diseñador esté familiarizado con formas de expresión ajenas a la propia, además de conocer de música, de pintura, de literatura, arquitectura, etc; tiene que estar actualizado en tecnología, debe estar en armonía con todas las manifestaciones de la vida. Si no, ¿de qué manera podemos ser innovadores?

El diseñador no debe despreciar ningún tipo de información porque todo es susceptible de ser ingenioso, atractivo.




Como dijimos antes, el cliente busca al diseñador para que le solucione un problema, que debe ser resuelto de manera practica, rápida, hermosa y al mejor costo. Pero el cliente no siempre sabe lo que necesita. En principio el diseñador debe descifrar la solicitud del cliente, es en ese momento en el que el diseñador se convierte en una suerte de asesor que sugiere y despeja dudas sobre la conveniencia o no del uso de una determinada estrategia.

El diseñador debe acompañar al cliente a fin de escoger la mejor solución, debe persuadirlo e incluso debe tener poder de negociación para llevarlo a tomar la mejor decisión. Aquí es donde se desmontan lugares comunes como «el cliente siempre tiene la razón». Esto funciona cuando se ha cometido un error y el cliente ha sido afectado; en ese caso, lo que pida el cliente debe serle otorgado, debe ser resarcido. Pero cuando estamos descifrando su necesidad nos toca también enseñarles y educarlos, en el mejor sentido de la palabra, porque no necesariamente el cliente «siempre tiene la razón». Las distintas variables que juegan al momento de escoger una determinada foto para una cartel o para el mes de un calendario no son o, no tienen que ser, decisión del cliente. Es el diseñador quien tiene el conocimiento y debe exponerlo.

El oficio del diseñador no esta dado, creo yo, para salir en busca de clientes, pero sí para mantenerlos, para establecer una relación profesional duradera que le de solidez a nuestra hoja profesional y que al mismo tiempo el cliente se beneficie de que su gestión se asocie con la alta calidad de sus productos gráficos. Mantener un cliente satisfecho es una de las tareas más arduas del oficio. Mientras el diseñador esté más informado, más organizado y mejor maneje las competencias gerenciales, le será menos difícil funcionar como articulador entre la creación y el cliente; tendrá mas los pies en la tierra para aterrizar las ideas.

Manuel "Mago" González Ruiz


Este artículo está basado en la Conferencia dictada en la Central de Diseño de Matadero Madrid, en el marco de la Segunda Bienal Iberoamericana de Diseño (Febrero 2011).