Exposición realizada entre el 6 y el 25 de mayo de 2014.
Utopic_US. Madrid



Me llamo Manuel González Ruiz y llevo 30 años dedicado a diseñar. De mi mano han salido, principalmente, carteles de películas y obras de teatro, logotipos y recursos de identidad corporativa y artículos de género editorial. En Venezuela me conocen por las siglas de mi nombre, MAGO, y por haber trabajado junto a destacados artistas gráficos de mi país, así como al servicio de las principales entidades culturales y de señaladas marcas comerciales.

De la Revista Bigott al maestro Cruz Díez, del Festival Internacional de Teatro de Caracas a los productos de El Chichero, y de la Fundación Isaac Chocrón a las películas de Sudaca Films, mi huella aparece al lado de entidades, compañías y personalidades con las que no solo he compartido la responsabilidad de traducir en imágenes sus mensajes y contenidos, sino también, y sobre todo, la estimulante experiencia del trabajo en equipo. El resultado de esta labor es exclusivamente gráfico, pero el principal capital que porto en mi mochila pertenece al ámbito de las relaciones humanas. Trabajo con imágenes, pero tengo muy presente que las creo con y para las personas.

Puede que esto se deba a la actitud con la que siempre me he aproximado a este oficio, en el que me inicié como coleccionista de carteles de teatro y afiches de exposiciones. Me declaro un enamorado del grafismo que se deleita tanto con la música de los discos que adquiere como con el empaque que los envuelve. Pude haber acabado convertido en ingeniero civil, pues por ahí me llevaron los estudios, o arquitecto, que era un destino predecible, pero me subyugó imaginar que alguien podía ser tan feliz viendo un cartel mío como yo lo había sido creándolo.

El diseño es un oficio complicado que busca hacerle la vida fácil a la gente. Al menos, así lo concibo yo. Este, y no otro, ha sido el criterio que ha guiado mi mano todos estos años y me la sigue guiando hoy en día, ya me enfrente a la misión de diseñar un logotipo empresarial o al reto de resumir una película en una imagen. En mi interior hay un antiguo actor y director de teatro, pero se equivocan quienes creen que la escénica y la gráfica son tareas distantes. En el momento de la creación, para mí sólo existe la aspiración de componer la imagen más perfecta para solucionar el problema más complejo. Al final, se trata de trabajar con el mismo material del que están hechos los sueños.

No estaba previsto en el guion de mi vida, pero mi destino, y muy especialmente el de Venezuela, me han llevado a cumplir 30 años en la profesión lejos de mi país. Esta circunstancia ha añadido un factor geográfico al viaje en el tiempo del que habla esta reunión de creaciones. La línea que va desde mi primer diseño hasta mi último trabajo es, a la vez, un hilo que une Caracas y Madrid. Les invito a hacer conmigo ese recorrido.

Manuel González Ruiz
Mayo 2014









EL ATELIER DEL MAGO
Por Diego Arroyo Gil


Parece el laboratorio de un alquimista. Aquí Paracelso o Giordano Bruno o Merlín habrían sido felices. El llamado ‘homo ludens’ (el hombre que juega) tiene en este espacio un lugar: su lugar. El trabajo –podemos comenzar a hablar de obra– de Manuel González Ruiz (Punto Fijo, Venezuela, 1961) es una de las aventuras de la imaginación más estimulantes del diseño venezolano, pero su destino ha sido, va siendo trascender cada vez más sus propias fronteras para divulgar el efecto de su magia.

Resguardado en el curioso habitáculo de un seudónimo (precisamente, “Mago”), a lo largo de su constante formación que corre pareja con la construcción de su carrera, González Ruiz ha sido un diseñador de amplio espectro y de estética propia e identificable. Sucede con su trabajo lo que sucede con el trabajo de todo artista cuya obra obedece a los poderes de una coherencia interior: uno ve ese trabajo, esa obra y los reconoce, aunque no sepa explicar cómo ni por qué.

Además de por el ojo, claro –que se educa de tanto ver aunque el espectador no se dé cuenta–, es evidente que esa súbita aparición del trabajo de Mago en la percepción y en la memoria obedece a características muy precisas de su emprendimiento gráfico: el protagonismo tácito e imperial (aun cuando emplea tonos claros) que le otorga al color, la sobria pero a veces inesperada elección de la tipografía y su disposición en el cuadrante, la imagen escogida siempre, siempre presencial…



Se diría que –a diferencia de otros diseñadores que innovan priorizando un elemento en función de los demás– en el taller de Mago todos los materiales protagonizan la escena, como si se tratara de una representación teatral en la que cada uno de los personajes fuese el principal. Como sabe todo veedor medio avisado del arte, para lograr que esta fórmula funcione hay que poseer una capacidad de dominación extrema, que sin embargo no llegue a desgarrar la hoja y hacerla ininteligible. Conmueve, así, observar cómo subyace en el trabajo de González Ruiz una delicadeza que se da ella misma por inadvertida. Para seguir con la metáfora teatral, esta delicadeza vendría a ser, dentro de la obra, como la mucama que mantiene la armonía entre los habitantes del palacio.

Como se comprobará en esta exposición, en la que se reúne una selección de piezas lo más fiel posible a las variedades de su registro gráfico, no es poco lo que depara husmear en el taller de Mago, donde el hombre que juega lo hace para ordenar y hacer útil a sus contemporáneos las curiosidades de su imaginación.



Catálogo de la exposición